La Eficiencia Energética Edificatoria está íntimamente ligada con el consumo energético del edificio (entiéndase vivienda, oficina, local… inmueble en general), de tal forma que son inversamente proporcionales, esto es, si el consumo energético del edificio se reduce (manteniendo las condiciones de confort interior), aumenta su eficiencia energética, y viceversa.
Ahora bien, ¿cómo se calcula el consumo energético edificatorio? Se ha de acudir para ello a la ecuación que rige la energética edificatoria (y por extensión la eficiencia energética edificatoria), obteniéndose el consumo energético del edificio mediante la siguiente expresión:
Donde
- C es el consumo de energía convencional (es decir, no renovable) del edificio, en kWh.
- D es la demanda o necesidad energética del edificio (en sus diferentes acepciones), en kWh.
- η es el rendimiento estacional (medio) de los sistemas o instalaciones del edificio, en tanto por 1 (adimensional).
- A es la aportación energética de las energías renovables (y/o residuales) implantadas en el edificio o en el entorno cercano, en kWh.
Dentro de los sistemas, se incluyen: calefacción, refrigeración, ventilación, humectación/deshumectación, producción de agua caliente sanitaria e iluminación, así como los suministros a equipos (ordenadores, impresoras, dispositivos móviles, TV…), electrodomésticos (lavadora, lavavajillas, frigorífico, horno, microondas, cafetera, tostadora, plancha, secadora…) y otros elementos del edificio (grupo de bombeo de agua, ascensor, montacoches, grupo contraincendios, bomba circuladora, depuradora de piscina…).
Reglamentariamente, puede hacerse referencia a todos los sistemas mencionados, o solo a una parte de ellos; en buena parte de las normativas, se hace referencia a los sistemas de calefacción, refrigeración, producción de ACS e iluminación.
Se ha de tener muy presente que el consumo hace referencia a la energía convencional, no a la que procede de energías renovables.
Para que un edificio sea eficiente energéticamente hablando, se ha de reducir al máximo el consumo energético convencional del mismo (C). Para ello, existen varias opciones:
- Reducir la demanda energética (↓D), para lo cual han de aplicarse medidas o estrategias pasivas de ahorro de energía en el edificio.
- Aumentar el rendimiento medio (↑η) de los diferentes sistemas del edificio, empleando medidas o estrategias activas de ahorro de energía en el edificio.
- Incorporar energías renovables (↑A) al edificio (solar térmica, solar fotovoltaica, minieólica, biomasa, aerotermia…), ya que así una parte de la demanda energética del edificio se abastece mediante este tipo de energía, no consumiendo por tanto energía convencional; o bien emplear energías degradadas o residuales, como por ejemplo, trasvasar energía o recuperar energía del aire de extracción, o recuperar el calor excedente de un proceso industrial próximo.
Cabe preguntarse qué acción es más eficaz, ¿reducir la demanda, aumentar el rendimiento o incrementar el aporte renovable?, ¿mejorar la envolvente, mejorar los sistemas, o incorporar renovables? A nivel general, la acción más eficaz es actuar sobre la envolvente térmica, ya que ésta posee mayor durabilidad que actuar sobre las instalaciones o incorporar sistemas renovables; y un mantenimiento muy bajo, pudiendo llegar a ser nulo.
De hecho, se recomienda implementar medidas o estrategias pasivas de ahorro de energía frente a las activas ya que, además de lo ya descrito, contribuyen sobremanera a reducir la potencia térmica a instalar de los sistemas de climatización, provocando un ahorro en los costes iniciales de estas instalaciones, así como (y esto es lo más interesante), en los costes de operación y mantenimiento de los mismos a lo largo de su vida útil.
© Luis Gala González
Arquitecto y Project Manager (PMP® & ACP®) Especialista en Eficiencia Energética e Instalaciones